domingo, 28 de julio de 2013

Invalidez

Lo crean o no estoy hastiado de trabajar. Me siento más cansado y más torpe y cada día me exigen más y cobro menos. Tengo la suerte de ser un oscuro funcionario que gané hace muchos años mi plaza por concurso-oposición. Sé que, de momento, estos inútiles que nos desgobiernan no me pueden despedir. Pero el espejo de Grecia me angustia y el asco y el cansancio del día a día me lleva a buscar soluciones.

El mes que viene cumplo cincuenta y siete años y estoy demasiado lejos de la jubilación y demasiado cerca del infierno de un universo laboral saturado de recortes, miserias, sinsentidos y contradicciones. Mi trabajo tiene mucho que ver con la gestión de las tarjetas sanitarias en la Comunidad de Madrid y me desespera que mi labor contribuya a dejar a miles de personas sin asistencia sanitaria. No lo soporto. No sé si suicidarme o llevarme por delante a algún malnacido.

Dadas las circunstancias he decidido salir por la tangente y solicitar una invalidez. Me he asesorado por mi amigo Ildefonso, antiguo profesor de dibujo que con 54 años hace más de diez que disfruta de una muy bien ganada pensión. Alegó, con razón, que los chavales le trastornaban, le menospreciaban, le llamaban marciano y otros insultos peores. Decidió que aquello era insoportable y aprovecho ciertos conocimientos de sus inconclusos estudios de psicología para hacerse más loco lo que realmente estaba. Ahora es un pintor de cierto éxito, colabora con entidades vecinales y cultiva amistades como la de quien les escribe. También he contado con el impagable asesoramiento de Arturo, antiguo reponedor de una gran superficie que padecía incontables dolores musculares, articulares y de cabeza. Desde que consiguió la invalidez se encuentra mucho mejor. Incluso practica comedidamente el ciclismo. Con cierta picardía refiere que en su día aprendió ciertos ejercicios que fortalecían las rodillas y las cervicales y ciertos movimientos que le causaban grandes molestias, largas bajas de enfermedad y una positiva valoración por el reputado tribunal médico. Además conté con el necesario concurso de un médico-abogado o algo por el estilo. Me ayudó un montón a organizar mis papeles y mis males ciertos y dudosos. Me han dado una incapacidad y cobro unos 1200 euros al mes y me siento mejor que nunca. Ya no madrugo, ni me amargo la vida con jefecillos, pelotas y sufridos interinos que supongo que ahora tragan con más o menos gusto la mierda que les dan en mi querida Comunidad Autónoma de Madrid. Dios nos salve del PP.