I. Ahora que la distancia y el tiempo nos separan, recuerdo con nostalgia aquellas dos semanas lánguidas e interminables en las que a tu lado aborrecí, afortunadamente de forma temporal, esa droga dura legalmente expendida en farmacias, lecherías, bares, tiendas de alimentación e incluso kioscos y que debidamente manufacturada se vende en cualquiera de los comercios anteriormente citados bajo el inexpresivo nombre de caramelos.
II. Cuando tomo algún dulce pienso en ti, en tus poderosos maxilares, y en tu voraz apetito: capaz de masticar docenas de muslos de pollo y, sobre todo, cientos de esos pegajosos caramelos que devorabas de forma insaciable durante una de aquellas lentas, plomizas y aburridas jornadas de trabajo.