Este año se cumplen 20 años de la muerte de mi padre, Manuel Torres Bernalte. Se fue sin decir adiós. La última vez que lo vi con vida estaba despierto, sentado, con ganas de hablar y de buen humor. Recuerdo que hizo alarde de cierta fortaleza. Horas después estaba muerto.
A base de hostias acabas aprendiendo a vivir sin tus seres más queridos. Pero dentro de ti queda un dolor sordo y seco que te corroe. La muerte es el abismo más grande. Es una puerta abierta hacia la nada. El fin de un camino. La suya fue una muerte por vejez y achaques diversos. En su caso fue una liberación. Su cuerpo ya no respondía. La máquina se averió para siempre.
Nuestro mundo está lleno de muerte, dolor y sufrimiento. Pero afortunadamente, sólo nos aflige cuando afecta a nuestros seres más queridos. De otra forma nos volveríamos locos.
La memoria es frágil y los recuerdos paternos son más una evocación nostálgica y sentimental que un cúmulo de recuerdos concretos. De todas formas siempre evocamos más lo excepcional que lo cotidiano. Me acuerdo más de mi padre cuando estábamos de vacaciones o salíamos fuera de casa que en la rutina doméstica. Recuerdo que llegaba a casa con diarios y revistas. Algunos domingos íbamos al Mercado de San Antonio a comprar libros de segunda mano. De vez en cuando visitábamos los espectáculos de lucha libre del Price. Allí escuché por primera vez la palabra tongo. En las postrimerías del franquismo y tras la muerte del dictador compró una buena cantidad de libros sobre la guerra civil española y sobre temas anarquistas y comunistas. También adquiró muchas novelas de Vicente Blasco Ibáñez.
Me quedé con ganas de que me contara más cosas de la guerra civil y de la posguerra. Se ponía enfermo con los tipejos que le amenazaron, pegaron y encarcelaron tras la derrota republicana. Sin embargo siempre tuvo más apego a su pueblo valenciano que a Barcelona, su ciudad de adopción. No era una persona religiosa. Pero creo que su pueblo natal, Camporrobles, era su ilusión y su religión.
Cuando murió no pude llorar, mi madre y mi hermano se hundieron y tuve que sacar fuerzas de flaqueza. El dolor me anestesiaba y me aturdía. Pero con el tiempo las lágrimas resecas se me atravesaron. Nunca podré perdonarme no llorar en aquel momento y escribo este texto para tratar de superarlo.