Mi noche con Gina. Cuento inmoral
Arturo era un forofo del cine tranquilo. Por eso se interesaba por las películas de Eric Rohmer. Mi noche con Maud (1969) era su película favorita. Su cinefilia le llevó a comprender y hablar bastante bien la lengua francesa. Pero necesitaba imperiosamente desenvolverse en inglés. Cuanto antes mejor. La crisis apretaba demasiado y sabía que su futuro de joven diseñador estaba amenazado por la crisis del tocho y las hipotecas basura. Ocupó gran parte del invierno de 2009 viendo los canales televisión por cable en inglés. Especialmente los informativos de la CNN y la BBC. Pero también documentales y películas. Le encantaba ver el cine negro norteamericano que daban por TCM. A él le iba más la Nouvelle Vague. Pero el cine clásico de Hollywood no tenía nada que ver con la bazofia de la mayor parte de las últimas películas yanquis. La BBC digital ofrecía un curso por Internet que seguía con entusiasmo. También se matriculó en varios cursos de conversación que montaban en centros sociales de Barcelona. Los jueves no faltaba al grupo de conversación en inglés de la biblioteca Sangrada Familia. A veces quedaban en alguna terraza de la avenida Gaudí y entre Coca Cola y cerveza no dejaban de hablar en la lengua de Shakespeare.
Se gastó los últimos ahorros del paro en un curso de inglés en Londres. Allí pasó los meses de junio y julio de 2010 con la esperanza de soltarse definitivamente. Le fue bastante bien. Todas las noches telefoneaba a su novia barcelonesa con la que llevaba prometido demasiado tiempo. Todos los domingos asistía a una iglesia católica. De esta forma su fe se retroalimentaba y su conciencia se tranquilizaba.
Para obligarse a hablar en inglés todo el rato alquiló una habitación a una familia católica escocesa con dos niños pequeños. Gina, una joven médico italiana era la otra inquilina. Gina no paraba mucho por casa. Trabajaba demasiadas horas en el servicio de urgencias de un hospital. Llevaba 3 meses en Londres. Allí viajó para olvidar un desamor que la angustiaba. Su pareja había regresado con su mujer y Gina se quedó compuesta y sin novio. A pesar de Berlusconi, Italia es un país demasiado católico y el peso de la tradición hizo que Paolo, la pareja de Gina, decidiera volver con su mujer y su hijo. Paolo sabía que Gina sufriría mucho. Se sentía culpable. Pero padres, tíos y hermanos le hicieron ver que era un pecado abandonar a su mujer por una doctora atea y con fama de frívola. Gina enjuagaba su dolor y su desencanto con paninis de prosciutto y pizzas cuatro estaciones. La pizza era una de las debilidades de Arturo. El olor de las pizzas que Gina recalentaba en el microondas le animó a interesarse por ella. Por otra parte Gina era la típica belleza italiana con unas como Monica Bellucci, un busto como Sofia Loren y un rostro como Gina Lollobrigida. En fin que aunque Arturo era bastante mojigato no podía dejar de sentirse atraído por aquella mujer inteligente, educada, guapísima y desparejada. Pero las semanas pasaban y Arturo apenas había cambiado algunas conversaciones banales con Gina. Conversaban francés. Lengua que ambos hablaban mucho mejor que el inglés y más propicia a las aventuras amorosas.
El mes de julio acababa y con él la estancia de Arturo en Londres. A modo de despedida se armó de valor y la invitó a cenar en un Pizza-one del Soho. A pesar de su mutuo interés por la pizza ambos estaban más pendientes de otra cosa. No dejaban de mirarse con silencios llenos de deseo. Arturo hizo una pregunta sobre el anillo que ella llevaba y las manos se le fueron con los ojos. Aquella caricia fue mucho más intensa que un beso apasionado o que un revolcón de campeonato. Sus manos no podían separase. Suavemente se acariciaron los dedos, las muñecas y los antebrazos. Arturo descubrió que Gina tenía en la muñeca izquierda una cicatriz y Gina se percató de un nevus en la mano derecha de Arturo. Las pequeñas imperfecciones desataron su deseo. Se besaron en los labios de forma superficial y al mismo tiempo particularmente intensa.
No pidieron postre. Alquilaron una habitación de hotel en el barrio de Beogravd. La belleza de Gina le deslumbraba. Arturo se quedó maravillado por su ropa interior. El enorme sujetador protegía unos voluptuosos senos XXL. La mini braguita negra dejó al descubierto una vagina húmeda y cálida. Gina se excitó ante el torso musculoso y peludo de Arturo. La sinfonía de besos y abrazos fue casi infinita. Pero cuando Gina le dijo “ya estoy lista” Arturo tuvo un gatillazo. Sus nervios o su puritanismo le hicieron una mala pasada. Los labios, la saliva y la lengua de Gina no pudieron enderezar aquel miembro demasiado blando para el coito. En esta ocasión “el francés” no fue un lenguaje adecuado para hacer el amor.
Dos días después Arturo regresó a Barcelona. Gracias a sus contactos encontró trabajó en una copistería de diseñador gráfico. Un ático de 80 metros cuadrados fue el regalo de boda de sus suegros. Sus padres pagaron el convite. Con su mujer le fueron mejor las cosas la noche de bodas. Esta vez no hubo fallos y pronto serán padres.
Gina consiguió trabajo en un hospital de Edimburgo. Allí la vida es más tranquila y la vivienda más económica. Alquiló un piso amplío y luminoso. Sale con un enfermero de las Antillas que no tiene problemas de conciencia, ni de erección.