Para que negarlo, soy un fotógrafo tímido. Me gusta mucho hacer retratos pactados. Pero fotografiar a la gente a salto de mata no va con mi carácter. De vez en cuando me envalentono y me doy una hostia.
Estas dos ancianitas estaban tomando el suave sol del invierno barcelonés. En cuanto se percataron de mi presencia emigraron con viento fresco "no vaya a ser que salgamos en la tele o en Internet" acerté a escuchar. La gente ya no se fía de los fotógrafos callejeros, ni casi de nada. Mi premio de consolación fue sus sombras.