Un espejo quebrado y sucio te devuelve una imagen fragmentada y difuminada. El rostro destella una ironía trágica y absurda. Mucho más positivo resulta enfrentarse a la imagen que te devuelve el cristal de unas gafas de sol que adornan la cabellera de una joven. El campo de trigo se confunde con su pelo. En la espesura emerge un fotógrafo que se autoretrata e intenta de huir de la soledad y de la muerte. El cielo sigue siendo el cielo. El calor apreta y la vida continua.