domingo, 24 de abril de 2011

Nazismo y fotografía pseudocientífica

La fotografía en la Alemania nazi
La Alemania nazi proporcionó un atroz y execrable ejemplo de la utilización criminal de la ciencia y de la fotografía. Los nacional-socialistas practicaron la fotografía de identidad e introdujeron la toma de retratos en tres cuartos con la cabeza cubierta. Las imágenes conservadas de este trágico período han servido para dejar testimonio de innumerables crímenes contra la humanidad. Nos resistimos a calificar como fotografía científica, a las imágenes tomadas durante sus experimentos “medico-científico-criminales.” La utilización de la fotografía para justificar la barbarie, el horror, la limpieza étnica, y el nacionalismo radical, sólo puede calificarse como fotografía de criminales.
Sobre la utilización ejemplar de la fotografía como medio de resistencia contra los nazis, nada mejor que narrar la experiencia del fotógrafo barcelonés Paco Boix. Las circunstancias le llevaron al campo de exterminio de Mauthansen. Allí, gracias a su puesto en el laboratorio fotográfico del campo, consiguió hacerse con negativos que testimoniaban la barbarie nazi y con una cámara con la que fotografió la liberación de Mauthansen:
“Más tarde, cuando ya empezaba a funcionar nuestra organización clandestina -la española- nos sorprendió diciéndonos que existía la posibilidad de apoderarse de una importante cantidad de negativos -de clisés- de los archivos SS y que correspondían a las “ofensivas de terror.” En estos negativos se reflejaban las palizas, las torturas y las exterminaciones de que habían sido víctimas los presos y en particular los españoles. Sobre todo en los primeros años-1940, 1941 y 1942-en el campo central. Todavía recuerdo la reunión clandestina que tuvimos, en la que nos expuso su plan. Recuerdo su mirada de hombre convencido de poder ocultar aquellos documentos gráficos hasta nuestra liberación. En su voz no se transparentaba la menor duda ni el más mínimo temor. Y así empezó, cumpliendo las consignas que les dieron, la recuperación para la historia de varias docenas de clisés. Esta misión la cumplieron, muy bien hermanados, Paco Boix y Antonio García. Contarlo hoy parece cosa fácil, como si fuese una travesura de niños, pero llevarlo a cabo entonces era otra cosa.
En primer lugar se tenía que evitar que los SS se dieran cuenta de la desaparición de sus negativos. Luego había que ponerlos en un sitio seguro y, más tarde, sacarlos del campo, ya que en las barracas estábamos siempre expuestos a un registro general. Para ello fue necesario poner en marcha todos los recursos de nuestro aparato clandestino que disponía ya de bastantes tentáculos. Los primeros que se encargaron de esconderlos fueron los carpinteros españoles, en sus talleres. Después pasaron a la sastrería-la mayoría de los sastres eran también españoles- que los cosieron en las hombreras de varios chaquetones nuestros: el de Perlado, el de Bonaque, el de Constante, etc. Otros se escondieron en la barraca número 3, la barbería donde Joan Pagés era el amo o casi. Unos meses más tarde, cuando los “Poschacer” salieron a trabajar en una empresa del pueblo, ellos fueron los encargados de sacarlos del campo y entregárselos a la señora Poitner, que los guardó en lugar seguro hasta la liberación.
Así, gracias a la peligrosa actividad de Boix, de García y de otros muchos compañeros, después de la liberación se pudo mostrar los documentos acusatorios de las bárbaras acciones de los SS, algunos de los cuales llegaron hasta el mismo proceso de Nuremberg.
Más tarde, Boix, que había conseguido cierta beligerancia por parte de los SS, tras realizar algunos trabajos fotográficos por cuenta de altos jefes, consiguió enchufar en puestos privilegiados a compañeros nuestros que trabajaban en la cantera y que asumían responsabilidades en la dirección clandestina. Serra y Ruiz pasaron a trabajar a la sección de la limpieza, Razola a la desinfección…
Antes de la liberación Boix ya había conseguido apoderarse de un aparato fotográfico de los SS, de acuerdo con la dirección clandestina. Y fue con ese aparato con el que se fotografiaron los momentos clave de la liberación. En aquel trance, tan importante, se dio la orden de fotografiarlo todo: los combates, la instalación de la banderola dedicada a las fuerzas libertadoras, el campo ruso, y en particular de los mutilados de las dos piernas, la cantera, cuando se sacó de nuestros depósitos clandestinos las ametralladoras y los “panzerfaust” (tubos portátiles antitanque) robados a los nazis, la actuación de los primeros grupos armados con Montero a su cabeza, el derribo de la siniestra águila de bronce de la entrada principal del campo, la vigilancia, por nuestros hombres, del puente del ferrocarril de Mauthausen, con Malle-jefe del Aparato Militar del campo-, y a mí, cuando estábamos colocando nuestras fuerzas para defenderlos contra los SS, y la primera ametralladora emplazada y servida por el teniente de la 43 “Angelillo”…en una palabra el reportero fotográfico estuvo en todos aquellos lugares que fue preciso. Era como un duende: se le encontraba en todas partes. Y no recordamos haber leído que eso ocurriese en ningún otro campo alemán. Por lo regular las fotografías fueron hechas por las fuerzas aliadas. Claro que, cuando se habla de un hombre, hay que hablar de sus méritos y también de sus flaquezas. Es decir de su trayectoria personal. Y en eso Boix era como somos todos. A veces teníamos que frenarlo, llamándole la atención, pues nos parecía que era muy temerario. Se originaron, a veces, discusiones muy subidas de tono, como la de la barraca número 2, en que llegó a las manos con Casimiro Climent. Más tarde, en Francia, fui yo la víctima de su “ardorosa actividad”, pero esto es harina de otro costal. Ahora, a tantos años de distancia, reconozco que Boix era como tantos otros temerarios: que rumiaba mucho las cosas en solitario. Por eso no tuvo nunca un tropiezo irreparable. Lo que motivó seguramente la mayor parte de las discusiones es que él, Boix, que lo debía tener todo muy bien pensado, pretendía que luego, cuatro palabras, nosotros nos diésemos por convencidos en el acto. Y eso era mucho pedir. Pero lo que nadie puede negar es que Boix tenía un corazón de oro. De ahí que, en 1948, después de casi tres años de “relaciones frías”, habiéndolo rumiado bien- como él decía, pensando en catalán, lo que expresaba en castellano-, se presentara en mi casa, con el deseo de que reanudásemos nuestra vieja amistad. Él trabajaba entonces en L’humanité y a partir de aquel día, entre dos reportajes, venía a vernos, siempre entusiasmado con lo que hacía. Como sabía que yo poseía varios documentos originales de nuestra actividad en el campo, tomaba apuntes y fotografías pues se proponía escribir un libro sobre los españoles de Mauthausen. Pero cayó enfermo y frente a su terrible dolencia ni la ciencia ni su ímpetu juvenil pudieron nada. Y el libro no se hizo. Tenía 30 años.
Cuando íbamos a verlo al hospital sacaba a relucir su ilimitada gama de sonrisas, como si quisiera convencernos de que no había razón para inquietarse, pero estoy seguro que él se daba cuenta de que no sanaría. Tres o cuatro días antes de morir me confiaría un montón de fotos, así como una docena de sobres que contenían los negativos recuperados en Mauthansen. Algunas de estas pruebas los españoles las pusimos muchas veces a disposición de compañeros de otros campos, para que pudiesen ilustrar sus respectivas y trágicas vivencias’ (M.C.C.).” (PONS PRADES; CONSTANTE, 1978, 187-191)