Tomar un café con los amiguetes me suele sentar de maravilla. Cambias de aires, estiras las piernas, contrastas opiniones y disfrutas de un buen desayuno, aperitivo o merienda. Pero no todas las citas acaban con los viejos conocidos. Es necesario abrirse a toda una serie de palabros, conceptos y mandangas que cada vez son más trascendentes. En este contexto invité a la prima de riesgo a una cita a ciegas. Quedamos a las 5 de la tarde en el Starbucks coffee de la calle Pelai. Estaba lleno de guiris y ella misma tenía un (espléndido) aspecto a caballo entre Scarlett Johansson y Britney Spears. La reconocí por su mirada. En seguida me dí cuenta que no me iba a regalar nada y que tampoco pagaría la consumición. Pidió un café americano tamaño XXL y unas cokkies. Yo me conformé con un expreso descafeinado. Estos yanquies hacen buen café. Demasiado caro para mi economía y supongo que para casi todos los españoles. Pero, un día es un día. El ambiente es bueno y la señora merecía que la mirasen despacio.
Se esforzó por hablar un inglés básico y yo lo hablé por cojones. Así y todo apenas nos entendimos. Ella me pedía demasiados intereses. No se fiaba de mí. De nada valieron mis títulos universitarios, mi empleo estable y mi (relativa) buena planta. He visto-me dijo- caer en la miseria a gente mucho más preparada que tú. Si quieres algo de mí debes entregarme todo tu dinero, tus buenas ideas y- en el caso que la tengas- tu alma.
Así las cosas lo dejamos estar. Parece que deberé regresar a mis amigos de toda la vida. Se me han quitado las ganas de quedar con fenómenos como la crisis, los recortes, el desempleo y los problemas del euro.