Visito muy poco y con recelo las carnicerías y charcuterías. En cambio entro en las fruterías–verdulerías con la sana alegría de quien cambia dinero por salud. Mi cesta iba repleta de manzanas golden, patatas, cebollas, plátanos de Canarias, endivias, zanahorias, tomates, pimientos rojos y calabacín. Me costó la broma nueve euros con veintiséis. Al ir a pagar la cuenta el dependiente me disparó a la cara si yo tenía hijos. Bueno exactamente me dijo “¿Usted no tiene hijos verdad? El misil me dejó noqueado, Mi no paternidad era más evidente que mi calvicie, mi metro noventa y cinco o mi nariz de boxeador fracasado. Me repuse como un viejo campeón de los pesos pesados con un certero puñetazo en el hígado; “El diablo me ha regalado varios adorables sobrinos e hijastros. Además soy pediatra y trato con los niños a diario.” El frutero era buen fajador y mejor comerciante y me soltó un golpe bajo que decía “Pero se vive más tranquilo sin hijos, con menos preocupaciones y con más dinero”. “Seguramente” le respondí buscando un cuerpo a cuerpo que me impidiera caer noqueado, “pero las tranquilidad, las preocupaciones y el dinero son conceptos que transcienden a la paternidad y la felicidad es una especie de jardín que debemos cuidar con esmero, tenacidad y suerte.”
Preparé una deliciosa ensalada con las endivias, las zanahorias, los tomates y el pimiento rojo. Le puse además queso Roquefort, polen, amaranto, ajo en polvo, pimienta de Jamaica, sal hiposódica, vinagre balsámico de Módena y aceite de oliva más o menos virgen. Mi mujer hizo una deliciosa tortilla de patata, cebollas y calabacín. A mis dos hijas les gustó bastante la cena. Pero prefieren la comida rápida. No siempre aciertan los verduleros.