Me desperté hacia las ocho de la mañana pensando o soñando en las virtudes teologales. Seguro que las conocen mejor que yo; fé, esperanza y caridad. También andaba ocupado mi tarro con el teorema de Pitágoras, estractos del Diario del Ché en Bolivia, y el trágico poema de José Rizal Mi último adiós. Por si fuera poco mi memoria evocó fragmentos de películas de los hermanos Marx, de Buster Keaton y de Alfredo Landa. Fotografías de Walker Evans se mezclaban con cuadros de Picasso y ruedas de prensa de don Mariano Rajoy en pantallas de plasma con visiones de gente revolviendo los contenedores de basuras.
Con tanto jaleo acabé con dolor de garganta, mareos y escalofríos. En el centro sanitario me dieron cita para dentro de dos semanas. Acabé autorecetándome unos versos de Pablo Neruda, unas canciones de Paco Ibáñez, una infusión de tomillo, menta, limón y miel, un paseo fotográfico y una sesión de escritura terapéutica. De ahí salió este texto. Espero que les guste.