Té con menta + dulce = 2.20 euros
Viajar gratis es imposible. Pero en sitios como este resulta económico y muy alimenticio. Le pido al camarero un te con menta y un dulce, el que quiera. Me sirve una pasta con cuchillo y tenedor. Pero primero la devoro con los ojos y luego con las manos. Deliciosa y contundente. Además, creo que posee cierto efecto antidepresivo y/o euforizante. Ahora veo las cosas mucho mejor. Será por la glucosa o por las especias ¿quién sabe?. El té como siempre muy dulce y muy caliente. Debo esperar que se atempere para escribir esta historia.
La decoración, la música y el ambiente más bien caluroso me transporta al Norte de un Marruecos que un día fue colonia española (y que lo sigue siendo en dos ciudades según el cristal con que se mire). La mayoría de los clientes son mabregíes. Gente tranquila y discreta que a través de los sabores de su tierra recupera la autoestima y se olvida de los malos rollos.
Empiezo a tomar el té y mi sensación de relax aumenta. Parece que mis preocupaciones se diluyen. No hay demasiados clientes. Pero aunque el local esté más lleno no suele haber demasiado ruido. Los marroquíes suelen hablar en tono bajo y pausado. Como no entiendo su lengua, sus voces se mezclan con la música ambiental que produce una tele con videoclips orientales.
El té con menta cada vez pasa mejor. La garganta se reconforta, mi cuerpo se calienta y mi mente se abre... El recuerdo de la pasta me llena de nostalgia. Pero hay que cuidarse. A ciertas edades no deben cometerse excesos gastronómicos, ni de ningún tipo. La vida es suficientemente amarga, insípida y aburrida como para endulzarla con cierta frecuencia en una buena tetería que sirve además sardinas, salchichas y diversos platos magrebíes.
Se acaba el té y mi historia. Me siento mucho mejor.