Sentían mucho placer cuando se
besaban. Al juntar sus labios y sus bocas se desencadenaba una
corriente eléctrica que les hechizaba. Sus rostros, su bocas y sus
labios en particular se habían transformado en el centro del deseo.
No necesitaban nada más para sentirse satisfechos. Él parecía estar en la gloria. A ella tampoco le iba mal; le decía que era
un amante tierno, paciente y cariñoso. Casi sin darse cuenta dejaron
de practicar el coito. Pero nunca dejaron de quererse ni de hacer el
amor, a su manera.