Llevo
demasiado tiempo haciendo dieta sin apenas perder peso. Eso si, se me
está agriando el carácter y me gasto más dinero en intentar comer
menos o peor. Entre, por probar, en un nuevo bar restaurante que han
abierto en mi barrio y que promete comidas saludables y económicas.
El menú del día costaba 8 euros. De primero pedí una ensalada
verde y de segundo una tortilla con champiñones. Nada de pan pan, de
postre una manzana y para beber agua y té. La ensalada se dejó
comer sin problemas. He probado mejores tomates y zanahorias pero no
pasa nada. La tortilla parecía estar en su punto pero al incarle el
tenedor alguien gritó algo así como “socorro, por favor, no me
coma”. De su interior surgió un hombrecillo de esos que salen en
los cuentos de hadas. Me rogó que no lo devorara y que tendría mi
recompensa. Desde entonces vivimos juntos y me van las cosas mucho
mejor. En su mundo de fábula trabajó de asesor fiscal, abogado del
diablo y médico homeópata. Gracias a sus sabios consejos ya no
tengo líos con hacienda, ni problemas de conciencia y mi salud es
excelente. A cambio le ofrezco una confortable casita de madera para
muñecos que compré en una juguetería.