A veces se lavaba las manos compulsivamente para tratar de ahuyentar a las docenas de bichos que le llenaban el cuerpo. Eran seres blandos, lechosos y repugnantes que estaban allí desde siempre. Resultaba fácil cogerlos. Pero cuantos más atrapaba, más aparecían. Peor solución tenían los gatos que le rodeaban como si fueran cachorros de tigres pidiéndoles una comida que él no tenía. Desde que murió su madre vivía sólo y apenas salía de casa. Desesperado llamó al 112 y al poco se presentó una ambulancia y lo internó en un psiquiátrico. Allí sus gusanos y sus gatos convivieron con varias de docenas de animales domésticos o salvajes, seres imaginarios, muertos vivientes y otras criaturas extrañas. Nunca se curó. Tampoco se sintió mejor. Pero la demencia compartida es un poco menos locura y en el centro se veía acompañado de personas como él que veían más allá de nuestras narices. Allí se sentía relativamente bien alimentado y cuidado y con eso se conformaba.