Desde hace una semana sufro nauseas, dolor de cabeza, vómitos y fuertes diarreas. El médico de cabecera me ha dado un tratamiento que incide mucho en la dieta y por eso no mejoro. Creo que mi suegra está intentando envenenarme o algo parecido. No es mala mujer y además es una estupenda cocinera. Guisa unas lentejas con sepia, un arroz con leche, un pollo al horno y otras exquisiteces de muerte. Yo estaba tratando de adelgazar un poco para mejorar mi salud y mi barriga de cincuentón y en cuanto me vio algo desganado empezó a superarse cada día en las comidas; calidad, cantidad y presentación. Además no dejaba de decirme que estaba muy demacrado, hacía mala cara y que no quería de ninguna forma que su querida hija y sus adorables nietecitos perdieran un marido y un padre ejemplar.
Así las cosas decidí ir a la comisaría de policía más cercana para denunciarla. Mientras tomaba un té con menta la televisión mostró las penurias de las fuerzas de seguridad. Al parecer van sobrados de balas de goma y últimamente de cañones de agua. Sin embargo van muy flojos en guantes, chalecos antibalas, papel higiénico y papel en general entre otras cosas. Todos mis queridos lectores saben que soy una persona ordenada y precavida. Por eso me presenté en la comisaría con una mochila cargada de papel higiénico, papel de impresora, jabón, material de oficina, un traductor electrónico, una botella de agua mineral y un termo con té con limón y jengibre que es mano de santo para las diarreas. El policía recepcionista me miró un poco sorprendido. No tengo claro si por mi mala cara, por mi abultada bolsa o por ambas cosas. Le expliqué que venía a cursar una denuncia y tras preguntarme que llevaba en la mochila le dije la verdad, papel higiénico por si las moscas y papel DIN A4 para poder llevarme una copia de la denuncia. El uniformado se mostró comprensivo pero me urgió a abrir mi zurrón por protocolo. Al ver aquellos papeles, el jabón y el resto de material de oficina observé que lloraba como un niño cuando vienen los Reyes Magos. El agente cursó con diligencia mi denuncia y al tiempo destiló un rosario de quejas laborales relacionadas con los recortes. Le comenté que yo era notario y que podía gestionar discretamente sus justas demandas.
La historia acaba bien para casi todos. Gracias a la denuncia hemos conseguido una orden de alejamiento de mi querida madre política. La buena mujer no se puede acercar a más de 200 metros de mi modesta persona. De esta forma se acabaron mis vómitos y otros trastornos. Por otra parte las quejas del policía han servido para que destituyan a varios altos cargos del ministerio de justicia y de varias autonomías. El papel higiénico y los folios han regresado felizmente a las comisarias.
Por desgracia mi mujer se ha cabreado con la querella que le cursé a su madre. Me ha dejado y me ha puesto una demanda de divorcio. Así las cosas estoy saliendo con el Policía. La agente se llama Laura y es una mujer atractiva, educada y huérfana de madre desde los 15 años. No puedo pedir más.