domingo, 16 de junio de 2013

Músicoterapia


Mi médico de cabecera es un gran aficionado a la música. La medicina es su pasión. Pero la música es su obsesión. Para los resfriados suele recitar música alegre y el clásico paracetamol. A mí me suele mandar discos de La orquesta Platería, Celia Cruz, Gato Pérez o Rubén Blades. Cuando no puedo dormir suele recetarme jazz latino y jazz vocal y alguna que otra tocata y fuga de J. Sebastian Bach. Junto con una infusión de valeriana suele resultar infalible. Si la artrosis me muerde la rodilla o el hombro el buen galeno trata de distraerme con canciones de Paco Ibáñez, Georges Brassens, Amancio Prada, Lluís Llach o Bob Dylan. Además acostumbra a recetarme buenos paseos, estiramientos, piscina, masajes y algún que otro paracetamol o ibuprofeno. Para el cansancio, apatía y astenia me obliga a escuchar la sinfonía Leningrado de Shostacovith y la quinta de Beethoven junto con una jalea real y un té a la menta. Para los problemas sexuales ya se lo imaginan; Je t’aime moi non plus de Serge Gainsbourg junto con un poco de Ginseng y alguna cita a ciegas con una gachí guapetona. Para las indigestiones suelo mejorar escuchando a Silvio Rodríguez o Jorge Drexler con una manzanilla con limón o una infusión de boldo. Como paciente y como reconocido profesor de música le estoy eternamente agradecido. Lástima que no tenga ninguna buena música, ni tampoco medicinas para los músicos y otros profesionales que nos quedamos sin trabajo últimamente.