Haydée Mylene Cárdenas sentía nostalgia por su Habana natal. Pero tampoco lo pasaba mal en Barcelona trabajando como médico de urgencias y con su hijo Ernesto de diez años. Era una mulata de piel oscura y lustrosa, complexión fuerte y rostro agraciado. No aparentaba los treinta y cinco años que acababa de cumplir. Los celebró con su pareja comiendo en el Restaurante La Ginesta de la calle Jovellanos. Tras el café ella entró de guardia en un centro sanitario y el marchó a su trabajo. Tras visitar varios resfriados, una cólico renal y una crisis hipertensiva se le presentó un joven de unos 25 años que refería molestias al orinar y escozor en el miembro viril. Mientras lo examinaba el enfermo no pudo reprimir su emoción y le regaló a la doctora una hermosa erección. Haydée le recetó unas cápsulas y una pomada y le recomendó no tener relaciones sexuales durante un par de semanas.
Todas estas cosas y algunas más me las explicó por la noche mientras festejábamos su cumpleaños de forma más íntima. Al final también acabó examinando mi pene. Pero afortunadamente no me mandó medicinas ni castidad. Por el contrario acabamos haciendo el amor. Llevamos ya tres años juntos, congenio muy bien con su hijo y me gustaría pasar el resto de mi vida con ella.