El 21 de junio disfrutamos del día más largo del
año y de la llegada del verano. Calor y fotografía distan de ser
la pareja perfecta. Yo hubiera sido incapaz de recorrer Egipto a
mediados del siglo XIX cargado de placas de vidrio, colodión húmedo
y otros berenjenales semejantes. Bastante tuve, en su día, con
revelar y positivar al gelatino-bromuro en plena canícula. Ahora,
en cambio, me atrae el verano por las sombras pronunciadas que trato
de captar lo mejor que puedo en pantalón corto, camiseta de
tirantes, sandalias, gafas de sol, gorra con visera y exceso de crema
solar. Si trabajar cansa, resulta matador fotografiar en verano a
pleno sol. Más fresquito y con bastante buenos resultados se pueden
captar en amaneres y atardeceres. Por la noche podemos, tras
tomarnos un refresco o un helado, emular a Weegee o a Brassai. Si no
dispones de aire acondicionado en tu hogar o en tu guarida procura
revelar digitalmente en el otoño. Entonces será el momento de
montar tus álbumes digitales o en papel y colgar las fotos en tu
blog o redes sociales. Por otra parte estas semanas de intervalo
suelen servir para valorar con más justicia unas fotos que con
demasiada frecuencia colgamos de forma compulsiva y no suelen valer
casi nada.
Si te vas de vacaciones procura
llevarte una cámara ligera. Recuerda ; “a más años y más
artrosis, menos peso”. No nos aburras refotografiando monumentos y
paisajes que casi todos conocemos. Busca algún tema original y
recuerda que tus seres queridos suelen quedar regular sudados,
estresados , cansados y desorientados.
Y si apenas tomas fotos
en verano no te preocupes. No pasa nada. No se cuantos millones de
fotografías se disparan cada día. Recuerda que en el otoño la luz
es más hermosa para la cámara y menos castigadora para los seres
humanos. Eso sí, ten en cuenta que algún que otro chubasco o
tormenta te vas a comer. Así pues no te olvides de tu otoñal cámara
todoterreno.