Cambiar de aires suele sentar de maravilla. Pero también
descoloca bastante. Te sientes como perdido, desubicado y abandonado. De
repente te transformas, según las circunstancias, en un giri, un vagabundo, un
meteco, un charnego, un sucada, un morito, un negrata. O todo o nada. Viajar
desequilibra la balanza. Se imponen el maniqueísmo; o dólar con patas o
indeseable sin papeles.
Por otra parte, viajando con
ciertos recursos te olvidas por un tiempito de una realidad rutinaria y
complicada. Afrontas nuevos paisajes, nuevos rostros, nuevos acentos, nuevos
olores, nuevos alimentos y tal vez nuevas amistades.
Los fotógrafos viajeros
solemos sufrir una sobredosis icónica. A veces dudas entre fotografiar y viajar.
A veces viajas para fotografiar y en ocasiones te dejas la cámara en casa para
disfrutar del viaje.