Se han puesto de moda los libros de autoayuda para ordenar mejor tu casa y tus cosas. También existen empresas que se dedican a organizar mejor nuestros trastos. En la prensa se publican bastantes reportajes y comentarios sobre el tema. Los recuerdos de viaje, los libros, la ropa, los chismes electrónicos más diversos y las viejas fotografías son los principales candidatos al exterminio. Por otra parte cada vez se construyen más pisitos de 40/50 metros cuadrados que valen un huevo y que se presentan como el no va más de la modernidad.
Un servidor había seguido con interés estas noticias. Pero estaba inquieto por la procedencia de algunos de los nuevos apóstoles. Se trata de gente que en muchos casos viene de la cola del paro y de experiencias laborales variopintas. Me duele que pretendan hacer negocio con el desorden y el caos ajeno. Me asusta que pretendan crear una nueva religión o algo parecido. Me aterroriza que las viejas fotografías, los viejos libros de fotografía e historia de la fotografía o las viejas cámaras fotográficas devengan objetos que obstaculizen la convivencia doméstica.
Es difícil encontrar el punto medio entre los apocalípticos que pretenden arrasar con todo y los acumuladores que todo lo acaparan. Especialmente preocupante es el tema de los fotógrafos, coleccionistas e investigadores que poseen un material valioso que no pueden gestionar bien por falta de tiempo, espacio, dinero o salud. Muchos fuimos educados en la creencia de que una buena biblioteca, un buen archivo fotográfico y un buen equipo fotográfico eran fundamentales para llegar a ser alguien en la teoría, la práctica y la historia de la fotografía. Ahora parece que las reglas están cambiando. Parece que todo se puede gestionar con un teléfono móvil, una tablet y una conexión a Internet. Los viejos ratones de biblioteca y los aficionados al revelado fotoquímico parece que tienen sus días contados.