Querámoslo o no, la suciedad nos persigue a casi todos los fotógrafos. Por otra parte resulta un concepto extraordinariamente polisémico que podemos interpretar de diversas maneras.
Los pioneros de la fotografía y los minuteros practicaban técnicas "sucias" de sensibilización y revelado. El gelatino-bromuro estuvo asociado a un revelado que acostumbraba a mancharnos las manos, ensuciaba nuestros pulmones y nos asfixiaba con una iluminación precaria, una humedad excesiva y un aislamiento malsano.
Las técnicas digitales son más limpias. Pero el tratamiento de imágenes por ordenador puede llegar a ensuciarte la vista y la cabeza.
Afrontamos con alegría mojarnos, llenarnos de polvo y mancharnos más de la cuenta por tomar buenas fotografías. Un servidor se siente atraído por objetos perdidos que suelen estar en entornos degradados.
Las mentes más estrechas consideran imágenes "sucias y/u obscenas" a temas muy variados. Desde luego algunas fotografías se las traen. Pero en general es el coco de estos censores lo que está podrido. Los programas de retoque son como una gran lavadora que trata de quitar la suciedad aparentemente sobrante de muchas imágenes. Pero los retoques excesivos distorsionan la cruda realidad y crean edulcoradas fotos que pueden ser consideradas sucias tanto por los puritanos como por los puristas.