Cosas que se pueden ver y hacer gracias al cambio de hora
Alejandro arrastraba un rosario de enfermedades relacionadas con el cambio de hora que gobiernos de todos los colores le enchufaban periódicamente desde que tenía uso de razón. Los males de tal cambio horario eran conocidos en las vacas que daban menos leche y enfermaban más con el cambio horario, las parejas que se rompían y los iluminados que se convertían a una secta radical entre otras catástrofes. El veterano funcionario acusaba al cambio de hora su desasosiego, su divorcio y sus problemas de sueño. Si el cambio se producía en primavera se añadía, además, una implacable alergia que le llenaba el cuerpo de manchas y de estornudos descomunales. Para huir de todo este mal rollo salió a las siete de la tarde a dar un paseito por los alrededores del Turó de la Peira. A la altura del paseo de Urrutia observó la inmensa cara de felicidad de una señora de unos cuarenta años que arrastraba con orgullo un cochecito de niño. Se quedó mudo al observar que el niño era en realidad un muñeco grande de espeso pelo oscuro, inmensos ojos negros y sonrisa angelical. Todos sus males quedaron eclipsados por la desgracia o las desgracias que acumulaba aquella pobre mujer. De no haber adelantado la hora oscurecería a las 19 horas y el depresivo paseante no hubiera podido descubrir la tragedia de la señora.