En un reino muy lejano muchas hipotecas se transformaron en pesadillas. La gente estaba desesperaba: los bancos no dejaban de expropiar y de machacar a la gente hasta en el carnet de identidad o la tarjeta de residencia. Surgieron varias plataformas y movimientos para parar estos desmanes. Pero papá Estado sólo tenía parné para entidades financieras, concesionarios de autopistas y otros potentados. Para los más desfavorecidos sólo tenía buenas palabras, y un discurso místico que hablaba de un futuro de color de rosa.
Tan mal estaba la situación que una asociación de desahuciados decidió contratar a un fabricante de sueños. El mago Armando regaló a los pobres el sueño de la casita de chocolate. En ella permanecerían más o menos ivernados hasta que las cosas mejorasen. También ideó el sueño de la nueva Atlántida; un país imaginario al que envío, no sin esfuerzo, a todos los chorizillos, políticos corruptos, estafadores y potentados sin escrúpulos que pululaban en aquel lugar. Pasados unos meses el país se había descapitalizó de indeseables. Hubo trabajo decente y los pobres y la clase media mejoraron muchísimo su situación. Sin embargo persistió la costumbre de fabricar casitas de chocolate que eran devoradas en periódicas celebraciones para celebrar el fin de los años oscuros.