Se miraron, se sonrieron, se gustaron, se emparejaron, se
acariciaron y se relajaron. Todo en menos de diez minutos. El tiempo suficiente
para que la profesora del taller de técnicas de relajación les animara a buscar pareja y
darse un masaje con una pelota de tenis. La piel de ella se enrojeció
enseguida, él le pidió en broma que no la denunciará por maltrato. Ella le
preguntó que dónde le gustaba más el masaje, él le contestó que casi en todas
partes.
Su primer encuentro amoroso tuvo más que ver con una sesión
de terapia que con un acto sexual. Sólo que esta vez estaban iluminados por una
luz tenue, perfumados por una barra de incienso solos y desnudos. Acabaron satisfechos, descontracturados y
relajados. La suya fue una pasión de
madurez, de unos cuerpos sobrados de desengaños, artrosis e incertidumbre. La cópula
y el orgasmo eran sólo una pequeña parte de sus revolcones. Los estiramientos,
las respiraciones, los masajes y la relajación mental les llenaban más que el
sexo puro y duro. El trataba de que la piel de su pareja no enrojeciera
demasiado. Ella no paraba de masajearle dónde más le gustaba. Ambos
consiguieron mejorar las molestias provocadas por el estrés, la artrosis y la
soledad. Me parece que mientras escribo estas líneas se están masajeando, que
dure.