miércoles, 31 de marzo de 2010

Agárrate que vienen curvas

Basado en una historia real

Tomás intentaba cumplir bien con su trabajo. Trabajaba desde hace más de treinta años en un hospital. Era celador en un laboratorio de análisis clínicos. Tenía una calva atractiva a lo John Malcovich y distribuía unos ochenta kilos en casi un metro ochenta de estatura. Sobrellevaba como podía la cincuentena, su divorcio, y la rutina laboral Sus principales obligaciones eran informar al público y proveer al laboratorio de la mayor parte del material desechable que se consume diariamente. Sólo tenía un defecto: preguntar el nombre y los dos apellidos de cualquier nuevo compañero de trabajo. Se justificaba alegando que en realidad lo único que pretendía con tal actitud era estar bien informado. Sin embargo, la verdadera explicación se encontraba en el hecho de que no podía contemplar ningún rostro sin identificarlo con un nombre y dos apellidos. De nada le servía el nombre a secas, ni siquiera el nombre y el primer apellido. Tenía que ser necesariamente el nombre completo. Afortunadamente no era ningún chafardero y sus preguntas- aparte del nombre- se limitaban a cuestiones estrictamente profesionales. De esta forma se informó rápidamente que aquella muchacha rubia de ojos verdes que acaba de incorporarse al laboratorio se llamaba Montserrat Castelló Cárdenas. Era la nueva técnico de laboratorio encargada del control de diabéticos. Montse hacía suplencias y se acababa de meter con su marido en una hipoteca asfixiante. Se acercaba a la treintena y deseaba ser madre.

El trabajo principal de Montse consistía en determinar el grado de glucemia de los pacientes. Para ello utilizaba principalmente la llamada prueba de la "CURVA", y que entre otras cosas se caracterizaba porque los enfermos debían de traer un bocadillo de queso. En realidad la historia del bocata del queso ocasionaba muchos problemas en el servicio. El primero de ellos se derivaba de las risitas tontas y las miradas irónicas que se despertaban cuando Tomás anunciaba a los pacientes en cola que todo aquel que tuviera el bocadillo de queso para la prueba de la curva le acompañase. El cachondeo que se formaba era tal que en ocasiones algún paciente se meaba de risa. Sin embargo, el problema mayor se producía dentro de la sala de extracciones de sangre, donde mientras que el resto de pacientes esperaban pacientemente en ayunas que le tocara su turno para extaerles sangre, podían observar cómo a su lado se producía un concurso de insaciables devoradores de bocadillos de quesos de todo tipo, pero especialmente manchego muy curado. Aquel espectáculo hacía la boca agua de los usuarios, quienes acostumbraban a marearse con cierta frecuencia. A todo esto, Montse siempre conseguía mantener la calma. Su secreto consistía en que no le gustaba ninguna clase de queso, ni siquiera el de las escalopas a la milanesa. Sin embargo, Tomás lo pasaba francamente mal; siempre había sido un fanático del queso, y acabó desarrollando una alergia que finalmente le produjo una úlcera. Exactamente igual que la última enfermera de las curvas. Tal vez por eso Tomás ya no trabaja en el laboratorio, mientras que a Montse le han renovado el contrato con inmejorables condiciones.