miércoles, 17 de marzo de 2010

Café con jazz

Es un placer tomarse una café, una cerveza o un refresco en un bar libre de humo. Suena una magnífica música de jazz. El saxo es maravilloso. Suelo ir a este café en muy buena compañía. Lástima que esté más sólo que la una. No todas mis amistades han perdido los complejos antinorteamericanos, ellas se lo pierden. Los yanquies son un pueblo con sus cosas buenas y sus cosas malas. Pedí un café caramel macchiato. La camarera tuvo la gentileza de servírmelo en una vaso de porcelana. Los vasos de plástico, cartón y papel me deprimen. El sabor del café se desvirtúa.

En el café la gente lee, escribe, conversa, navega por Internet, descansa, se acaricia, o se muere de melancolía. Ahora una voz femenina substituye al saxo. Mi admiración al jazz es similar a mi ignorancia y no se quien canta. No por ello dejo de emocionarme. Con jazz el café sabe mucho mejor.
Hay quien acusa la decoración de muchas cadenas como de cartón piedra. De todas formas la ambientación, los cuadros y las fotografías del Starbucks Coffee de la calle Ferrán de Barcelona me pareció agradable y relajante. Lo mejor fue el cartel de "Per protegir la calitat del café us demanen que no fumeu". Tomarse un café, un té o un chocolate sin humo resulta desgraciadamente todo un lujo, y no lo digo por los precios del local que no son baratos, si no por qué buscar bares en los que no se fume es más complicado que desenmarañar la trama Gurtel. La tibieza de las autoridades en aplicar la normativa antitabaco me irrita. Los empresarios del cine dicen que el cine en catalán vaciará sus locales. Los empresarios de hostelería piensan lo mismo del humo. Malditos bastardos. Mientras tanto los políticos se dedican a movidas antitaurinas y a proteger los intereses de banqueros y gentes de pasta en general. He llegado a sentir asco en ciertos bares dónde el humo transforma la atmósfera en irrespirable y las bebidas y tapas en pura bazofia. Por otra parte, demasiada gente debería ser reeducada.Vivimos en un país de toxicómanos. De la misma forma que existen educadores de calle que se dedican entre otras cosas a intentar reconducir a los heroinómanos y otros usuarios de drogas ilegales, debería hacerse lo mismo con el tabaquismo, el alcoholismo, el juego y la obsesión por la productividad que tienen algunos ejecutivos. De los políticos mejor no decir, otro día hablaremos del gobierno.