Existen y han existido diferentes formas de democracia: Ateniense, orgánica, popular, soviética, cristiana, liberal, nacional, entre otras. Ninguna es perfecta y algunas vomitivas y execrables. Y sin embargo, parece que es el sistema político menos malo.
¿Qué pasaría si los concursos de fotografía se juzgaran por votación popular en vez de por un cuerpo de jurados? ¿Acaso serían los premios más justos? ¿Acaso sería más justa una consulta popular sobre las mejores cámaras y accesorios de la temporada que comprobar el número de ventas o la valoración de un jurado de expertos? ¿Acaso vale igual la opinión de reconocidos fotógrafos y expertos qué la de simples aficionados?
Existe otra acepción de democracia relacionada con el acceso de ciertos bienes, servicios y tecnologías a amplias capas de la población. Tal es el sentido usual de la democracia fotográfica. La fotografía fue en sus inicios un proceso caro y complicado. Con el tiempo fue haciéndose más accesible técnica y económicamente. Su popularización entre amplias capas sociales también se considera un proceso democrático. Kodak introdujo la fotografía popular y de aficionado. Su influencia se extendió hasta la llegada de la fotografía digital que asociada a Internet y a los teléfonos móviles con cámara se considera un fenómeno de universalización y globalización casi total de la fotografía.