sábado, 18 de octubre de 2014

Yogur caducado

 Nunca más volveré a cenar en un Kebab. Algunos expertos manifiestan que se trata de una comida basura peor que la más tirada de las hamburguesas. Me encantan ambos fastfoods. Por prudencia apenas los cato. Pero aquella noche era muy especial. Deseaba celebrar la publicación de mi última investigación; un estudio sobre las relaciones entre la autocrítica y la fotografía.
Me acosté un poco tarde. Pero mis ardores de estómago hicieron muy pesada y casi eterna a la noche. Amanecí con un inquietante sentimiento de frío, humedad y oscuridad. El ruidito de un motor me aseguraba que estaba vivo. A lo lejos escuché unos pesados pasos que se acercaban con premura. De repente me inundó una luz deslumbrante. Sentí como unas manos enormes me levantaban por los aires y me sacaban a un ambiente más caluroso y seco. Por un momento me sentí feliz. Pero mi alegría duró poco. Sentí como si me abrieran la tapa de los sesos y me clavaran una cuchara. Poco a poco me iba debilitando. Un tipo añoso, orondo y barbudo alababa, al parecer, mis cualidades que no eran otras que las de un yogur de limón desnatado y caducado. El antiguo ministro de agricultura me devoró con avidez y los ácidos de su estómago me redujeron a la nada en poco tiempo. Redacté este texto en el cielo de los productos lácteos caducados. Allí me siento bastante a gusto. Pero no descarto en reencarnarme en una cucaracha kafkiana.