Empiezas a fotografíar a esto y aquello y no puedes parar. La tarjeta de memoria de tu cámara se acaba colapsando. Tu ordenador es un galimatías de archivos fotográficos y el disco duro te pide una tregua. Tu cabeza se calienta más de la cuenta y ya no puede manejar tantas fotos. Te dan ganas de hacer borrón y cuenta nueva y tomar fotos con cuentagotas.
Al final aprendes la lección. No debes tomar fotos a tontas y a locas. Primero pensar y luego disparar. Reservar tiempo para retocar y organizar las fotos. Rogar que el día tenga más de 30 horas y la semana más de 10 días. O en el peor de los casos una buena pensión y mejor salud.