Conocí el Canódromo Meridiana en sus mejores tiempos. De niño iba de vez en cuando con mis padres y allí tomé algunas de mis primeras fotos más o menos serias. Sin embargo las imágenes que captaba nunca llegaban a la precisión de la foto-finish. Durante muchos años dejé de ir. Pasaba muy de vez en cuando para comprobrar que se había transformado en un cementerio de elefantes. Jubilados y gente ociosa en general mataba su tiempo para evitar que el destino les aplastara antes de hora. Durante un tiempo fue un centro de arte fantasma. Por ahora no es más que un cadáver exquisito.