Seguramente ya no disputaran más partidas. No se dejarán acariciar por ninguna mano humana, ni golpearan con fuerza o efecto la pelotita. A saber si ganaron su último partido. Seguramente no. La derrota las condenó para siempre. Sabemos que el dueño de la pala roja era un tal Beto. Parece que el tipo no mostró ningún interés en arreglar su querida pala de tenis de mesa. Tal vez se canso y se pasó al tenis a secas. A saber.