Barcelona 15 de enero de 2032
Serían alrededor de las nueve de la noche. En toda la casa se respiraba un ambiente fúnebre: El abuelo yacía moribundo en la habitación de matrimonio. Todos sus hijos y los nietos mayores estaban con él. Habían sido avisados con urgencia por su mujer. La larga enfermedad de su marido también le había debilitado su salud, y en sus ojos se podía leer el cansancio de muchas noches en vela, la rabia ante el dolor y la tristeza de lo irremediable.
La habitación del enfermo era amplia y confortable. Una gran ventana permitía que durante muchas horas pudiera ser iluminada por la luz solar. Además daba a un pequeño jardín que le mantenía a salvo de los ruidos de la infernal circulación. Los únicos sonidos que se advertían eran el canto de los pájaros y voces infantiles que levantaban castillos de arena, o jugaban a canicas o la pelota.
El enfermo permanecía semi-incorporado para facilitarle la respiración, su organismo estaba tan sumamente debilitado que no le permitía el más pequeño esfuerzo. La enfermedad le producía dolores agudos, estaba fuertemente sedado, y se mantenía en un estado de semi-inconsciencia. De repente intentó levantarse, pero no lo consiguió. La incapacidad de incorporarse le ocasionó una profunda depresión y le hizo comprender que su fin estaba próximo.
El rostro del anciano reflejaba una profunda sensación de amargura. La respiración se le hacía cada vez más difícil. Sentía como un nudo en la garganta, y casi no podía hablar. Al fin hizo un supremo esfuerzo y trató de decir algo que nadie comprendió. Tan solo la abuela dio muestras de entender, y empezó a ponerse colorada: sintió un escalofrío que le recorría todo el cuerpo, a su mente afloraron recuerdos de besos y caricias, de pasiones que creía haber olvidado. El abuelo volvió a intentar hablar y entonces se oyó bastante claramente algo así como "Supertramp " . La abuela revivió en unos instantes los inicios de su relación con su marido. Recordó aquella cálida noche de verano cuando se conocieron en una discoteca. Tocaban música de Supertramp y cuando sonaban las notas de "Down by the sea" se dieron su primer beso. Comprendió que su marido quería volver a escucharla música. Sin duda era su última voluntad. Buscó en el armario, dónde su marido guardaba los viejos discos del siglo XX, y acabó encontrando, "Even in the quiestest moments". Le quitó la polvorienta funda y lo colocó en un antiguo tocadiscos que milagrosamente había sobrevivido cincuenta años. Cuando el disco empezó a sonar, el rostro del anciano se iluminó con una sonrisa, y pareció respirar sin problemas. Se despidió de toda su familia, besó a su mujer, y en las notas finales del "Concierto loco" se durmió para siempre.