Se
llamaba Abbu Ndiaye, tenía 43 años y falleció hace un par de días
tratando de fotografiar el barco en el que trabajaba desde la zona
portuaria de Ondarroa. Parece ser que le hacía ilusión enviar una
fotografía a su familia en Senegal. Pero la muerte disfrazada de ola
se lo llevó por delante.
La
práctica de la fotografía parece generar ciertas substancias que
elevan nuestra autoestima y nos hacen perder el sentido del peligro.
Desde luego la ignorancia también juega un papel macabro que en
ocasiones provoca consecuencias fatales. Por eso les pediría a mis
colegas y amigos que se dedican a la enseñanza de la fotografía que
incluyan un apartado en el que se llene de miedo, precaución y
recelo a unos fotógrafos que suelen ir demasiado lanzados en busca
de la foto de su vida o que víctimas de la crisis y de empresas sin
escrúpulos se tienen que jugar la vida para salir adelante.