Nos conocimos en una tienda de fotografía. Ella buscaba una
cámara discreta, sólida y resolutiva, y yo fui su primera opción. Con su tarjeta de crédito abonó el
dinero que pedían por mí y desde
entonces somos inseparables. Casi siempre me lleva consigo y me utiliza a
discreción cuando algún tema despierta su curiosidad. Mi lente, mi sensor, mi
visor y mi tarjeta de memoria han registrado gracias a su ayuda imágenes
poderosas que me llenan de orgullo y satisfacción. En ocasiones la noto cansada y a veces un
poco triste. Entonces me saca a pasear para olvidar su malestar. Cada clic le
hace sentir mejor y a fuerza de fotos disipa sus demonios.
Pasa bastante tiempo en el ordenador retocando y optimizando
mis archivos. Creo que los publica en algún sitio web y también los envía por
email a amigos y conocidos. Hace varias semanas la acompañé a una exposición.
Allí conoció a un fotógrafo aficionado con el que ha entablado una amistad muy
estrecha. La veo más feliz. El caballero suele ser modelo de muchas de sus fotos.
Últimamente le manosea mucho más que a mí, y él le corresponde. Me siento un
poco celosa. Pero entiendo que la naturaleza de nuestras relaciones es muy
distinta a la del varón fotógrafo. El señor también me manipula y logra unas
fotos interesantes. Pero él ya tiene su cámara, una réflex un poco grandota
para mi gusto. La réflex y una servidora nos hemos hecho buenas amigas y la
felicidad de nuestros propietarios nos hace dichosas. Sin embargo ninguna
comprendemos del todo porque prefieren de vez en cuando comerse a besos, abrazos,
caricias y otros escarceos pudiendo pasar un rato con nosotras. Nunca entenderemos
a los humanos.