Se habla mucho de los derechos de fotógrafos y fotografiados. Pero todavía no he leído ni una línea sobre los derechos de las fotografías.
Como casi todos los seres y cosas, las fotografías son concebidas sin pedirles permiso por padres y madres variopintos y en ocasiones incapaces de hacer nada bueno con una cámara. Sin comerlo ni beberlo son exhibidas en álbumes, marcos o en Internet.
Nadie les pide permiso para modificarlas de forma discreta, notoria y muchas veces chapucera. Suelen pasar largísimas temporadas en la oscuridad más absoluta de una caja de zapatos o un disco duro. Las papeleras digitales y las reales son su peor enemigo. Allí suelen acabar la mayoría.
A pesar de generar numerosas satisfacciones a sus autores y/o usuarios nunca reciben nada a cambio. A decir verdad muchas veces ni siquiera les cuidan bien y son víctimas de los males más diversos.
Desde estas líneas exigo solidaridad y justicia con las pobres imágenes fotográficas.