La vida está llena de casualidades. Cierta tarde andaba algo angustiado por la idea de la muerte. De repente me sorprendió un mueble patas arriba y en estado agónico. Pocos metros más allá me encontré con la muerte cara a cara. El pobre gato tenía las patas traseras casi tan arriba como la cajonera y una rigidez que asustaba. Al felino se le acabaron las siete vidas y al mueble la voluntad de repararlo de su dueño.
Los descreídos como yo pensamos que tras la muerte se escribe un punto y final y un fundido en negro irreversible. Sin duda tendríamos más consuelo con el paraíso de muchas religiones monoteistas, con la reencarnación de los budistas, con el vampirismo o con los epígonos del doctor Franquestein. Afortunadamente tampoco creo en el infierno. Me consuela saber que nunca me encontraré con Franco, Hitler o los responsables de los recortes, la reforma laboral y otras devastaciones sociales.