viernes, 4 de diciembre de 2015

¿Acaso no matan a los caballos?

En la medida de lo imposible trato de contrastar la historia, la sociología, la literatura o el cine con la crisis y el desmantelamiento del estado del bienestar que sufrimos. De esta forma he leído el libro de Horace McCoy ¿Acaso no matan a los caballos? y visionado su versión cinemográfica de Sydney Pollack (1969) conocida en España como Danzad, danzad, malditos. Podría haber seleccionado Las uvas de la ira de John Stienbeck/John Ford, pero cada cosa a su tiempo. He leído una versión en castellano publicada por RBA en 1985. 

La acción transcurre en un garaje/sala de baile de un caluroso verano en el Hollywood de 1935. Estamos en plena Gran Depresión. La gente se apunta a un bombardeo por un poco de comida y la esperanza de un premio en metálico. Muchos son profesionales de los concursos. También hay aspirantes a extras cinematográficos o empleos auxiliares de la industria del cine. El protagonista intenta ser director de cine. Consciente de sus limitaciones desea empezar con cortometrajes de carácter documental. La necesidad aprieta y encuentra su alma gemela en una aspirante actriz asqueada de la vida. Estos bailarines representan a la legión de gentes sin trabajo y sin recursos que se buscaba la vida en Estados Unidos. Pero también puede representar a esos cuatro millones largo de parados que tenemos en España y que tratan desesperadamente de buscarse un lugar en el mundo. Tras una hora  y cincuenta minutos de baile se les permite un descanso de diez minutos en el que deben tratar de dormir un poco, ducharse, relajarse y descansar.

Los participantes son relativamente bien alimentados y reciben cuidados médico-sanitarios satisfactorios. Un lujo que no todos se podían permitir entonces y que ahora se vuelve a repetir. A cambio los concursantes se dejan explotar y humillar en un concurso degradante, agotador y enloquecedor.

La novela tiene apenas cien páginas y engancha desde el principio. Admiro a los escritores que no se enrollan demasiado. El film mantiene el ritmo y la estructura de la novela. Lógicamente desaparecen y se simplifican situaciones y también aparecen otras nuevas. Tal vez lo más importante sea  que la novela está narrada en primera persona por el protagonista masculino. Mientras que la película está pensada para el lucimiento de Jane Fonda que mantiene el estatus de Sex-Simbol a pesar de que en el texto la protagonista es más bien poco agraciada. De esta forma, su pareja no llega a enamorarse de ella. Sólo siente una piedad infinita que le lleva a tomar una terrible decisión.

Me pregunto que hubiera pasado si los gobernantes norteamericanos no se hubieran percatado que para atenuar la crisis era necesario proteger a los más desfavorecidos y tratar de incentivar la economía. Podrían haber tomado medidas más “revolucionarias” pero fueron infinitamente mejores que las que se están tomando en España y desde luego que los recortes salvajes que sufrimos en Cataluña.