Abrir cajas, cajones y cajoneras nos depara continuas sorpresas. Mis ojos se sorprenden al ver viejas postales, fotos descoloridas, dibujos, manuscritos amarillentos, folletos publicitarios, textos mecanografiados, libros, opúsculos, preservativos, cartas de amor, cartas de desamor, cremas hidratantes, pilas oxidadas de diferentes tamaños, cámaras fotográficas, mandos a distancia, lápices de colores, lápices de grafito gomas de borrar, pinceles, rotuladores, plumas, monedas de varios países, sellos de correos, diapositivas de 35 mm enmarcadas. Disquetes de varios formatos, CD, DVD, curriculla míos y de otras personas que no recuerdo, pastillas para el dolor, pastillas para dormir, fichas bibliográficas, cuadernos de notas, notas sueltas, etiquetas vacías, etiquetas usadas, partidas de ajedrez, piezas de ajedrez, colirios oculares, pañuelos de papel, pañuelos de tela, entradas de cine, líquido corrector, papel corrector, sacapuntas, sellos usados y sin usar, cintas de casete, crema solar caducada, linternas, cerillas, imanes, celo, pegamento, cinta métrica, reglas de plástico, madera y metal, filtros fotográficos, monturas de gafas usadas, lupas, recetas, caramelos, chicles y alguna que otra cosilla.
Resulta fácil deshacerse del material caducado u obsoleto. Pero hay objetos aparentemente inútiles cargados de buenos recuerdos. De esta forma la criba suele ser escasa. Tarde o temprano una nueva revisión causará muchas bajas y a nuestra muerte seguro sólo se salvará del contendor los objetos valiosos.