Hagan memoria y recuerden cuantos roces, problemas, dramas y tragedias han tenido y dejado de tener con sus parejas y/o ex-parejas por su (nuestra) desmedida afición por la fotografía. Existen hombres y mujeres santos y la mayoría han convivido con fotógrafos-artistas, fotógrafos aficionados, fotógrafos profesionales, o con críticos e historiadores de la fotografía. En el caso de que existiera el Cielo o el Paraíso, esas sufridas personas entrarían en ellos de cabeza. Allí se pasarían la eternidad sin tener nada que ver con las sales de plata, las emulsiones nobles, los sensores digitales, los flashes de magnesio, los fijadores o los programas de retoque.
En verdad es muy difícil mantener una familia feliz o un nidito de amor con tu pareja pasando horas y horas retocando fotos en un recalentado ordenador, revelando en un oscuro y húmedo laboratorio o llenado la casa de viejas fotos, libros amarillentos y cámaras cochambrosas.