En ocasiones los fotógrafos se meten, nos metemos, en jardines y guerras ajenas. Sin comerlo ni beberlo llueven insultos, afloran denuncias, arrecían los golpes, asfixian los gases lacrimógenos o te silban las balas... Salir bien parado es cuestión de suerte.
Es evidente que sobran conflictos y falta sentido común y justicia. Ser testigo con nuestra cámara de sucesos oscuros y/o sangrientos nos puede costar muy caro.