Su presencia me llenaba de preguntas sin respuestas, de sueños ardientes, de hermosas esperanzas, de ilusiones húmedas y de agridulces recuerdos.
Tenía claro que no era rubia natural. Su mirada estaba vacía. Su boca no articulaba palabra alguna. Ni siquiera era un ser vivo. No me importaba en absoluto para desearla con toda mi pasión.
En la tienda me dijeron que la cabeza de la maniquí no estaba en venta. Insistí en que no me llevaría sólo la peluca. Me echaron a patadas. Por la noche rompí el escaparate a pedradas y me la llevé a mi casa. Desde entonces formamos una pareja inseparable.