La
mayoría de mis amigos y conocidos solteros y separados suelen responder
que están estupendamente cuando se les pregunta. Para ellos estar sin
pareja es sinónimo de libertad, higiene mental y ahorro. Por
el contrario estoy saturado de conocer casos de malcasados con aspecto
hastiado, cansado, aburrido o cosas peores. Sin embargo, los seres
humanos tendemos a recordar con nostalgia enfebrecida los mejores
momentos de nuestra vida. Y esos momentos suelen pasarse en la íntima
compañía de la persona amada. En verdad encontrarse desparejado te
vuelve dolorosamente escéptico, escalofriantemente aburrido y, una
palabra que está de moda, sobrecogedoramente frustrado.
Estar enamorado y sentirse querido te da un chute de energía y optimismo
que no consiguen ni alimentos presuntamente afrodisiacos, ni fármacos,
ni amores mercenarios, Bueno, basta ya de teoría y vamos a contar una
bonita y auténtica historia de amor en tiempos de crisis y recortes.
Hace
un par de años que salimos. Pasamos de los 45 años y coleccionamos
historias acabadas, amores imposibles y asignaturas pendientes.
Compartimos descendientes absorbentes y ascendientes dependientes. Nos
agobia el trabajo y nos preocupan los ingresos menguantes. Con solo
mirarnos sentimos que entre nosotros existe un paraíso de solidaridad,
pasión y ternura. Nuestras conversaciones son una forma de comunicarse,
de amarse y de relajarse. Nos gustaría disponer de más tiempo libre, de
más recursos económicos, de más juventud y de menos achaques. Pero vamos
tirando y desafiando a un malestar social que nos golpea día a día. Nos
gusta compartir las comidas caseras, los viejos cafés, las salas de
exposiciones, las tardes de cine y los paseos por el parque. Nuestra
intimidad está marcada por una sexualidad madura en la que prima la
ternura y en la que los orgasmos nos recuerdan que todavía no estamos
acabados. Es feliz sentirse amado cuando florecen canas, arrugas y otros
estragos de la edad. La pasión empieza en la juventud. Pero con afecto e
ilusión puede durar toda la vida.