Urbanistas, arquitectos e ingenieros diseñan y reforman plazas de mil y una formas. Todas tienen algo en común; están diseñadas para muchas cosas, pero no para jugar al fútbol. Pero el deporte rey es más fuerte y los chavales se vuelven locos por dar patadas al balón. Propietarios, autoridades y políticos hacen lo que pueden, pero con magros resultados.