lunes, 4 de febrero de 2013

AVE Barcelona-Madrid

AVE Barcelona-Madrid. 16 de febrero de 2012


Soy tremendamente contradictorio. Acabo de leer “Elogio de la lentitud” y lo primero que hago es subirme al AVE Barcelona-Madrid. Son casi las 7 de la mañana. El vagón está a rebosar y yo me muero de sueño. Escribo por distraerme y por reflejar la experiencia de este viaje. También porque apenas puedo leer por mis problemas visuales.

Todo es oscuridad y velocidad. Un cartel luminoso marca 180 km por hora y apenas siento nada. Por el pasillo pasa un ejército de individuos trajeados y alguna que otra mujer particularmente bien arreglada. Son treintañeros de aspecto saludable que van a la cafetería a llenarse de cafeína, colesterol y otros excesos. Llegamos a 296 km/h y se me ponen los huevos por corbata. Tiemblo más que si estuviera tomando una sauna con Charlize Theron. Es acojonante.

La vida pasa tan deprisa que mi cuerpo exhala adrenalina y otras substancias dopantes y excitantes. Llegamos a 300 y el sueño se disipa más que con dos tazas de café y un Redbull. Es demasiado. Podría salir en los guiñoles franceses como un veterano deportista español presuntamente sobrado de clembuterol…

Mi acompañante es presa de un apetito insaciable. Devora un Kit-Kat con una pasión exacerbada. Me dan ganas de tomarme un chocolate con churros y de otras cosas que no escribo por decoro. Pero espero llegar a Madrid para desayunar en plan castizo. En el vagón hace un poco de fresquito. ¿Será por los recortes y la austeridad? ¿Será que soy un friolero de mierda? Seguramente un poco de todo. Está amaneciendo. Por fin empiezo a ver las cosas más claras y nítidas. Al mismo tiempo me siento cada vez más mareado, confundido y aturdido. Parece que me esté comiendo el paisaje con los ojos, devorando la tierra con mis pupilas cansadas y deconstruyendo con el cristalino unos edificios que se deforman y desaparecen como por arte de magia. La suave luz de la mañana ilumina montículos y colinas. Las sombras todavía reinan en el valle. Pero cada vez la luz se va expandiendo como una clara mancha de aceite.

Me entran ganas de tomar un zumo y me levanto a buscar esa fruta líquida que sacie mis niveles de azúcar y tal vez otros deseos. Degusto un zumo de melocotón Don Simón. Están de oferta en el Corte inglés; un euro x 4. Me siento mucho mejor.

Ahora la luz ha perdido calidez. Ilumina con fuerza toda la llanura y llena de sombras las colinas. El WC parece una nave espacial tipo Star Trek. La cafetería, en cambio, semeja el camarote de los hermanos Marx. Eso sí, con gente bastante fina y pijilla. Bueno, así como yo cuando no lo disimulo. Un horizonte de nubes duerme sobre las montañas. Los túneles me llenan de tinieblas. Despierto amodorrado y de pronto aparece la gran urbe.