Se
presentan por sorpresa, nocturnidad y alevosía. No son bienvenidas y
nunca dicen nada. Nos otorgan una madurez trufada de achaques. Las
disimulamos como podemos. En ocasiones tratamos de exterminarlas.
Pero llegan para quedarse. Crecen y se multiplican como el milagro de
los panes y los peces. Son invencibles. Rendirse y exhibirlas
orgulloso o resignando es la mejor solución para aliviar nuestra
amargura.