martes, 11 de febrero de 2014

Patatas bravas


Acababa de cumplir cuarenta y cinco años con una analítica casi perfecta. “Baje un poco el consumo de carne y grasas y le daré matrícula de honor” le dijo el doctor. Sobre el cansancio matutino sólo pudo recomendarle más y mejor dormir y hacer deporte y paseos con regularidad pero sin excesos. Sin receta, le aconsejó predicar la asertividad  y mandar a la mierda a los pesados y a los mandones.
Para celebrarlo se tomó un aperitivo en el bar La Neura de la calle Bailen. Las patatas bravas estaban en su punto y la cerveza artesana le hizo recordar un viaje a Bruselas a mediados de los noventa con su expareja. Por hacer algo ojeó el diario. Sin buscarlo se topó con la sección de necrologías. Allí descubrió la esquela de un antiguo compañero de estudios y medio amigo. Al pobre Juanjo le lloraban su mujer, hijos, suegra, primos, cuñados y los empleados más pelotas de su empresa. Vaya contraste, él sólo conservaba un pisito de soltero, un trabajo de mierda y una salud envidiable, todo un tesoro.