Tal
como están las cosas el mundo del trabajo resulta el ejemplo más
paradigmático no es más de una exacerbación de la tiranía más
absoluta. Cierto es que existen artistas, deportistas, artesanos,
profesionales liberales y emprendedores que se ganan la vida con
holgura,y hasta con lujo, haciendo, más o menos, lo que más les
gusta. Pero en la práctica el común de los mortales trabaja a
golpe de pito en enjambres de mayor o menor tamaño. Algunos son
funcionarios, otros trabajan en empresas públicas y la mayoría
currela en la empresa privada. Hay sitios peores que otros. Pero en
ninguno de esos lugares existe lo más parecido a la democracia. Todo
va por normativas, proyectos, objetivos y estrategias más o menos
fatales. Un ejército de sargentos y de mandos intermedios se encarga
de poner orden y hacer cumplir las órdenes. Tener ciertos
conocimientos de ética, derechos humanos o derechos laborales suele
ser premiado con una bonita carta de despido. No importa que por
cumplir objetivos relacionados con las “Participaciones
preferentes”, el maquillaje de las listas de espera sanitarias, las
multas esquizofrénicas, o los recortes a la ley de dependencia la
gente se desespere, se arruine, empeore su calidad de vida o se
muera. La mayoría de los trabajadores y de los sindicatos están
atados en una espesa y asfixiante tela de araña. Cualquier réplica condena
al trabajador a un despido seguro que en épocas de crisis como la
actual es igual al desespero más absoluto, a la muerte en vida, a la
nada.