Un urinario portátil barcelonés y la cámara portátil de un turista holandés se conocieron y se enamoraron en el casco antiguo, junto al antiguo mercado del Born. La cámara y el urinario no se parecían en nada. Pero al mismo tiempo tenían muchas cosas en común. No les unía la historia, ni la lengua, ni la religión. Pero en concepto de portabilidad les asociaba en una relación apasionada, incomprensible y esteril.
Les advierto que la historia acaba mal. La pasión fue ciertamente más larga que un clic o que un suspiró. Pero no duró mucho más que la apresuarada meada del ciudadano de los países bajos. Tras aliviarse agarró la cámara y partió rumbo a Santa María del Mar.