Para ser un buen fotógrafo es
necesario tener un buen estómago capaz de digerir los aperitivos de las inauguraciones
de exposiciones, las cenas entre colegas, y la cocina multicultural que debe
afrontar el fotógrafo viajero. Si a esto sumamos las penurias de la crisis, los
contratiempos más inesperados y ciertos hábitos alimentarios inadecuados, el
resultado será muy negativo para nuestro aparato digestivo y para el resto del
organismo. Por eso sería necesario que todos los centros de enseñanza
fotográfica dedicasen un apartado al arte de comer bueno, bonito y barato.