Las almohadas llevan una vida muy sacrificada. Es cierto que, aunque con excepciones, suelen tener una jornada laboral razonable. Pero no cobran nada por su trabajo y deben soportar a demasiada gente soñolienta, fatigada, sucia y estresada. Hay algunos que roncan y otros que tienen mal dormir. Muchos las maltratan y no las limpian casi nunca. Pero mientras tienen dueño van tirando. Lo peor llega cuando caen en desgracia. Entonces todo se acaba.